Ese martes al entrar a la sala de internación nos llamó la atención que era amplia y circular, e intuimos que los juegos y charlas resonarían en todos los rincones.
Así nos fuimos acercamos despacio; a nuestra izquierda vimos un niño de 3 años tomando la mamadera y moviendo su piecito, comenzamos a jugar preguntando el nombre, entonces decimos: “¡Tomás está canchero, como en la playa, porque con esa mano se tapa del sol!” Su mamá dejó transcurrir unos instantes este juego y nos dijo: “él no conoce la playa así que no te va a entender”. Perla presurosa dice a Estela: “¡yo tampoco conozco!”, Estela entonces dibuja una playa; la mamá, ya un poquito más cómplice, dice: “Tomás: ¿está?” (Tomás se tapaba con una manito la cara) y comenzamos a jugar a “si está Tomás o se fue”. Luego de unos instantes Estela dice: “se fue en el tren”, cantamos a Tomás: “suena la campa y sale el tren voy a hacer un viaje y vos también”, Tomás sube su piecito tímidamente, ¡señal de que le gustó!
Media vuelta y ahí está “Bastian”, un bebito muy chiquito. Nos acercamos y de repente se asoma una mujer joven y tímida y nos dice: “¡yo soy la mamá!, recién le sacan el respirador”. Perla dice: “él está entonces disfrutando del aire… ¡como su mamá!”; “porque cuando un hijo disfruta”, dice Estela, “la mamá disfruta doble”, completa Perla.
Estela le pregunta a Perla cómo sabía eso. Perla le dice (mirando a la mamá de Bastian): “lo aprendí de mi maestra”, Estela le pregunta el nombre de su maestra. Entonces Perla le pide a Estela que no mire para preguntárselo a la mamá: “se llama María”, dice finalmente.
Entonces el juego sigue con María “la maestra”. Estela pregunta “¿hace cuanto es su maestra?”, “¡hace 7 años!”, dice Perla y se da vuelta y pregunta a María: “¿tenés más hijos?”, “sí!, una de 6 y una de 4”, responde. Perla dice a Estela: “¿ves? ella me empezó a entrenar hace 7 años justo dan las fechas”. El juego va creciendo tomando a María como maestra. Estela llega a la conclusión de que Perla por las dimensiones de su panza “ya puede tener ahí dentro veinte hijos si quiere, ¡que 20, un grado completo!” y se ríen.
Chequean con María esta situación, quien en ese instante incluye a la mamá de Tomás: “ella tuvo 7 hijos”. “¡Otra gran maestra!”, dicen Perla y Estela.
Como Perla no tiene marido todavía y ya está preparada, la mamá de Tomás dice que para tener marido “tiene que saber cocinar”; “¿y qué puede cocinar?”, preguntamos. Tomás (que nunca conoció el mar pero que había ido con nosotras en ese primer viaje) dice: “¡Pescado!” Y sonríe, luego redobla la apuesta: “Tortuga” y sonríe. Perla le pregunta a Estela exaltada: “¿tengo que cocinar una tortuga!?”; Estela responde “la tortuga es para cantar”. Cantamos todos: “Manuelita vivía en Pehuajó pero un día se marchoooooo”.
Tomás ríe, las maestras mamás también y así las payasas se fueron a buscar a sus futuros maridos porque, según dijeron, estaban juntos de viaje en Paris donde está la fábrica principal de bebés.
Nos fuimos en medio de este juego circular que había transformado la sala aprendiendo que a veces hay que ir convidando a jugar; convidando a creer que aunque sea por un instante, si nos lo permiten, los hijos pueden irse de viaje y conocer el mar que les dibujamos, pueden sentir el aire y pedir pescado, y las mamás entonces pueden disfrutar también porque cuando los hijos disfrutan ya sabemos:” ¡las mamás disfrutan doble!”