Caminábamos por el pasillo rumbo a la sala de internación que nos tocaba, con los tiempos del “reloj” ajustados al horario que cumplir. De repente, inesperadamente, salió del pasillo un padre pidiéndonos si podíamos ir a otra sala a ver a su hija.
Nosotros le explicamos que lamentablemente no podíamos pasar porque no teníamos el “permiso” del jefe de esa sala y, además, teníamos que ir a otra. Pero el papá no se quedó con esa respuesta y arriesgó: “¿Y si ella sale?”.
Nos miramos y sin dudarlo dijimos que sí. El deseo de ese padre que quería que su hija nos viera fue tan fuerte que nos permitió escucharlo.
Entonces la magia se produjo…
Salió de la sala una niña llena de luz, con una alegría y una sonrisa que inundó el espacio.
Estela, Bolívar, Felipe y yo (Stacatta) la rodeamos con el sonido de la guitarra. Y entonamos unas melodías que la niña comenzó a cantar y a danzar como si las supiera, a la perfección. ¡Era una payasa más!
Todos los espectadores (médicos, enfermeras, personal de cocina y todo el que pasó por ese instante) quedaron imantados por la imagen de esa niña rodeada de payasos cantando con todo su corazón y alegría.
Ese papá que nos insistió y logró que se produjera lo inesperado hizo que se abriera en el pasillo del hospital un momento mágico.
Al despedirnos todos nos quedamos transformados… llenos de alegría y emoción, tocados por la entrega de esa niña cantora.