Alegría Intensiva

Cambio de domicilio

Era jueves y los Doctores Sencillo, Estela y Perla nos sumergíamos en la magia de recorrer las salas de internación del Hospital de Niños de Malvinas Argentinas.

Al entrar en una de las salas de alrededor de quince camitas, íbamos sembrando mundos que se abrían desde el juego y eran bienvenidos: un bote para nadar, una princesa, una canción para no mirar.

Contentos por la magia que se iba tejiendo llegamos a Melina, una niña de aproximadamente 7 años. En la camita de al lado, un niño, Aiken, estaba siendo intervenido por un médico que le colocaba una sonda. Se escuchaba su llanto y su negativa. Estaba con su papá.

Teniendo presente eso, ahí estábamos los payasos intentando que Melina estuviera acompañada por el juego. Así, la Doctora Perla se transformó en su secretaria y Melina en la jefa que tomaba pruebas al Doctor Sencillo y a la Doctora Estela. Melina sonreía y su mamá también. Cantamos “Arroz con leche” en versión rock  y el llanto de Aiken fue disminuyendo. Le llegaba la música y el juego.

En la camita de enfrente se encontraba Ignacio con su mamá. Comenzamos a jugar con él, que sonreía, hasta que sentimos que algo del ambiente lo asustó. Nos miró y se puso a llorar. Al escuchar ese llanto, como aquello que queda resonando, Aiken se puso a llorar también.

En el medio de esas dos camas estábamos nosotros, los payasos. Nos miramos. ¡Una sala entera miraba la escena! Ignacio y Aiken lloraban desconsolados y, si bien hay veces donde es importante que el niño pueda permitirse simplemente llorar, en esta ocasión algo mágico sucedió. Confiada, la Doctora Estela dijo (señalando unas marcas en el piso):

– ¡Acá hay huellas de Dinosaurios!

La Doctora Perla empezó a asustarse mucho:

– ¡No quiero, no quiero!

Y el Doctor Sencillo, por su parte, se asustaba del plural:

– ¡¿Dinosaurios?!

En ese instante, en el que sólo los payasos estamos habilitados a ser lo que el niño necesite, ahí comienza la transformación.

Los niños empezaron a dejar de llorar. Cómplices, asombrados, nos miraban aliviados. Ahora eran los payasos quienes lloraban abrazados, muertos de miedo por los dinosaurios. Cada vez que la Doctora Estela abría la boca grande para decir “¡acá hay dinosaurios!”, la risa aumentaba con el susto de esos dos payasos. Aiken hacía con su cuerpo al dinosaurio dando letra a la Doctora Estela, quien describía:

– ¡Es así de enorme, es así de alto! ¿Ustedes tienen miedo?

Como respuesta, a la Doctora Perla y al Doctor Sencillo les agarraba un ataque de susto y los niños reían en compañía de sus padres.

¡Hubo que salir casi corriendo porque si no, los dinosaurios nos seguían! Pero al irnos unos pasitos, en la siguiente cama nos encontramos con un regalo más: una mamá, con su hijo que dormía y a quien entrando a su sueño le pedimos disculpas por el lío que habíamos hecho, nos miró y nos dijo:

– Mi hijo tiene esto para ustedes.

Y sacó de su bolso, para nuestra enorme sorpresa, un mini dinosaurio que hizo que los tres payasos nos fuéramos corriendo.

El lugar se había transformado. Allí ocurrió un cambio. ¡Un cambio de domicilio! Propusimos la mudanza de que el niño pudiera vernos asustados a nosotros. Cuando hay alguien más que puede sostener el miedo, los niños pueden descansar. ¡Vale tener miedo, vale decir “no quiero”! Y cuando los miedos se pueden mudar desde el niño a nosotros, los payasos, lo recibimos sin dudar,  abrimos las puertas del camión de la mudanza y los abrazamos como los vecinos más queridos porque para eso estamos los payasos de hospital. Estamos para los niños.